¿Por qué apostaría a que usted da una respuesta afirmativa al interrogante que titula este artículo? Porque juego con información privilegiada. Desde que las ciencias sociales se ocupan de analizar cómo el cambio climático se convierte en un problema significativo para las sociedades humanas y, por lo tanto, en objeto de la cultura común, distintas investigaciones han puesto de manifiesto la aparición y la extensión de esta creencia.
¿Por qué apostaría a que usted da una respuesta afirmativa al interrogante que titula este artículo? Porque juego con información privilegiada. Desde que las ciencias sociales se ocupan de analizar cómo el cambio climático se convierte en un problema significativo para las sociedades humanas y, por lo tanto, en objeto de la cultura común, distintas investigaciones han puesto de manifiesto la aparición y la extensión de esta creencia. Aunque la ciencia del cambio climático nunca ha establecido una relación causal entre ambos fenómenos, cambio climático y degradación de la capa de ozono, la forma en que han sido traspuestos a la arena pública y han enraizado en la cultura común ha dado lugar a una representación social en la que aparecen estrechamente vinculados.
La creencia de que el agujero de la capa de ozono forma parte del mecanismo fisicoquímico que incrementa la temperatura terrestre es, además, universal. La investigación social comparada la detecta en todas las sociedades sobre las que existen estudios, principalmente en las más avanzadas, pero también en estudios sobre países emergentes de Asia y Latinoamérica (Capstick, Whitmarsh, Poortinga, Pidgeon y Upham, 2014; Leiserowitz, 2006). Y aparece, además, como una creencia transversal, compartida por distintos grupos de población dentro de una misma sociedad, con mayor o menor acceso a la cultura científica.
Utilizando una analogía significativa, se puede afirmar que este «gran malentendido» es una pandemia cultural: una creencia científicamente infundada, fruto de la creatividad de la cultura común; una idea que ha sido capaz de «infectar» las representaciones mentales del cambio climático de millones de personas. Este potencial epidémico nos lleva a considerar su naturaleza social y cultural: es una representación mental que se ha convertido en una representación pública, o una representación pública que se ha convertido en una representación mental. Como afirma Sperber (2005, p. 11), «la cultura está constituida, en primer y principal lugar, por ideas contagiosas de este estilo […] y explicar la cultura es explicar por qué y cómo hay ideas que son contagiosas. Esto requiere una auténtica epistemología de las representaciones».
Más allá de la poca importancia que tiene, al parecer, esta creencia para inhibir o motivar una respuesta contundente al cambio climático, el «gran malentendido» ofrece una buena oportunidad para indagar en las relaciones que se establecen entre la ciencia y la cultura común o profana.
El cambio climático es un objeto científico, una abstracción –el clima también lo es–creada por las ciencias fisiconaturales para dar cuenta de un fenómeno hipercomplejo que, por sus implicaciones, tiene una enorme relevancia para la humanidad. Ya advertía Moscovici (1961-1979) en los años sesenta del siglo pasado que, en las sociedades contemporáneas, los «objetos» generados en el campo de la ciencia tendrían un papel cada vez más central en la vida social, colonizando las herramientas culturales que utilizamos para interpretar el mundo y orientar nuestra acción personal y colectiva en él.
¿Qué relevancia tiene la historia del ozono para la cuestión que nos ocupa? Pues que el cambio climático vino después. Su presentación en sociedad se inicia en los años noventa, cuando aún mirábamos de soslayo a aquel «agujero» que nos dejaba a merced de la radiación solar. La teoría de las representaciones sociales advierte que, cuando nos enfrentamos con un nuevo «objeto», la economía cognitiva nos lleva a reutilizar elementos de representaciones precedentes para construir la nueva representación. Para bien o para mal, la gente no puede dedicar mucho tiempo a construir y validar las bases científicas de su comprensión de la realidad. Ni siquiera las personas que podemos calificar de científicamente alfabetas.
En estas condiciones, la economía cognitiva y la negociación social de significados operan a pleno rendimiento. El «agujero en el ozono» estaba ahí, en el inventario de la cultura común: se refiere a un problema de la atmósfera derivado de la interferencia humana, hablamos de CFC como gases de efecto invernadero, vemos radiaciones procedentes del sol que traspasan la atmósfera y llegan hasta nosotros, ¿cómo no recurrir a él para dar sentido al cambio climático? Bastó que esta representación mental hiciese fortuna en algunas mentes para que los procesos de interacción social, las conversaciones, los medios de comunicación, las redes sociales, etc. actuasen como vectores infecciosos de esa creencia. Su prevalencia explica, por ejemplo, que la población española aún considera el cáncer de piel como la principal amenaza para la salud humana derivada del cambio climático, relación que no existe pero que se apoya en la vinculación con la capa de ozono (Meira et al., 2013).
La representación social del cambio climático, para bien o para mal –no lo sabemos–, se ha construido sobre la representación social de la degradación de la capa de ozono. Las ciencias fisiconaturales juegan un papel cada vez más importante en la forma en que comprendemos y actuamos, individual y colectivamente, ante los impactos que están produciendo los sistemas humanos sobre los sutiles equilibrios de la biosfera. Pero esa ciencia es inevitablemente procesada, reconstruida e integrada en la cultura común, como materia prima de representaciones sociales que, finalmente, son fundamentales para entender la naturaleza de las amenazas a las que nos enfrentamos y nuestra forma de responder ante ellas. De hecho, en el ajuste entre esa representación y las prácticas sociales, personales y colectivas, a las que dé lugar nos podemos estar jugando el futuro. Explorar la epistemología y, en palabras de Sperber (2005), la epidemiología de las representaciones que alimentan la cultura común puede ayudar a mejorar los esfuerzos de educación y comunicación científica asociados al cambio climático y a otros «objetos» similares.
No sé si este conocimiento, aún parcial, me ha permitido ganar la apuesta, espero que sí. Usted dirá. No se olvide, en todo caso y si estaba allí, de retirar el agujero de la capa de ozono de su representación del cambio climático. Con ello mejorará su comprensión del problema y espero que también su predisposición a considerarlo relevante y actuar en consecuencia en su vida privada y en la esfera pública. Gracias.
Referencias bibliográficas
Capstick, S., Whitmarsh, L., Poortinga, W., Pidgeon, N., & Upham, P. (2014). International trends in public perceptions of climate change over the past quarter century. WIREs Climate Change. doi: 10.1002/wcc.321
Leiserowitz, A. A. (2006). American risk perceptions: Is climate change dangerous? Risk Analysis, 5–6, 1433–1442.
Meira, P. A., Arto, M., Heras, F., Iglesias, L., Lorenzo, J. J., & Montero, P. (2013). La respuesta de la sociedad española ante el cambio climático. 2013. Madrid: Fundación Mapfre.
Moscovici, S. (1979). El psicoanálisis, su imagen y su público. Buenos Aires: Huemul. (Trabajo original publicado en 1961).
Sperber, D. (2005). Explicar la cultura. Un enfoque naturalista. Madrid: Morata.
*Extracto del artículo Meira Cartea, P.A. (2015) «¿Hay un agujero en la capa de ozono de tu cambio climático?» De la cultura científica a la cultura común. Mètode, 85, 49-55.