¿Qué hacer con la información que cuestiona la existencia del cambio climático, niega la responsabilidad humana en las causas que lo originan o relativiza su importancia o la urgencia de actuar?
¿Qué hacer con la información que cuestiona la existencia del cambio climático, niega la responsabilidad humana en las causas que lo originan o relativiza su importancia o la urgencia de actuar? La guía elaborada por FUTERRA (2005) recomienda dedicar poca o ninguna atención a los detractores del cambio climático. Argumenta que son irritantes pero también poco relevantes desde el punto de vista de la opinión pública. Es cierto que la batalla de la opinión pública sobre la existencia del cambio climático y sobre la responsabilidad humana en su aceleración parece estar ganada. Desde este punto de vista, la discusión no habría que centrarla en si deberíamos estar de acuerdo o no con el cambio climático, sino en cómo podemos mitigar sus impactos y convivir con aquellos que ya son inevitables. La clave no está tanto en reforzar la creencia de que el cambio climático existe, sino en transformar dicha creencia, mayoritariamente aceptada, como parecen indicar los datos demoscópicos disponibles sobre la población española, en respuestas proactivas, concretas y efectivas.
Ahora bien, aceptando que no se debe prestar demasiada atención a los detractores del cambio climático, también conviene no despreciar ni perder de vista sus argumentos y las estrategias de comunicación que utilizan en su labor, dado que suelen dirigirse a públicos muy específicos por su interés y protagonismo directo en las políticas del clima (p.ej.: los sindicatos de mineros del carbón, los ejecutivos de la industria automovilística, etc.) o por su papel clave en la toma de decisiones (p.ej.: los diseñadores de infraestructuras de transporte, los encargados de gestionar fondos públicos o privados de investigación, etc.). De la arquitectura de sus argumentos, de la información científica o de otro tipo que utilizan –muchas veces parcial y sesgada- y de las estrategias de difusión que utilizan, se puede aprender mucho, además, sobre nuestras propias debilidades en la comunicación del cambio climático.
Ante el “negacionismo”: atención y precaución
Aunque la recomendación más cabal puede ser no hacer demasiado caso a quienes cuestionan la existencia del cambio climático, básicamente para no dar demasiada relevancia pública a sus argumentos, sobre todo cuando están más claramente sesgados por intereses espurios también conviene mantener una actitud de vigilancia activa.
En primer lugar, conviene distinguir entre el “escepticismo” científico ante las incertidumbres que aún persisten sobre las causas y las posibles consecuencias a medio y largo plazo del cambio climático, y el “negacionismo” en cuyos postulados subyace una visión ideológica neoconservadora y neocapitalista que ve en el cambio climático una invención en contra del “mercado”, aunque muchas veces la frontera que separa ambas posturas no está clara.
Quien quiera informarse sobre los argumentos “negacionistas” puede consultar una serie de fuentes bibliográficas, telemáticas y documentales cuya accesibilidad y difusión a través de Internet u otros medios más convencionales contradice el lamento permanente de sus defensores al quejarse sobre su supuesta marginalidad ante la “ortodoxia” que identifican con instituciones como el IPCC o ante el supuesto poder de manipulación de las ONG ambientalistas. Dado que siempre es bueno conocer qué piensa el adversario y qué estrategias de comunicación utiliza, puede ser interesante consultar algunas fuentes doctrinales del movimiento “negacionista”.
Dos son las referencias que nos atrevemos a recomendar: la letanía antiecologista y neocapitalista de Bjorn Lomborg: El ecologista escéptico (Espasa Calpe, Madrid, 2003) y el más recientemente editado en castellano de Christopher C. Horner: Guía políticamente incorrecta del calentamiento global (y del ecologismo) (Ciudadela, Madrid, 2007). Para quienes quieran hurgar en las raíces más ideológicas del “negacionismo” es imprescindible una visita a la web del CEI (www.cei.org), un think tank estadounidense de tendencia neoconservadora para el que trabaja, por ejemplo, Christopher C. Horner. Finalmente, si tiene mucho tiempo libre y no es demasiado exigente en sus gustos literarios, puede hojear el best seller escrito por M. Crichton titulado: Estado de miedo (Plaza y Janés, Barcelona, 2005), una ficción creada para escarnio de la ciencia, los científicos del cambio climático y los ecologistas –que, como se sabe, todo viene a ser lo mismo- y, de paso, para escarnio del sentido común (la trama se construye a partir de un supuesto grupo ecoterrorista que pretende provocar una serie de catástrofes para demostrar la realidad del cambio climático…).
Por otro lado, existe la posibilidad de que el alto grado de toma de conciencia ciudadana y de preocupación sobre su potencial de amenaza genere un interés cada vez mayor por todo aquello que se publique, emita, declare, publicite, edite, etc. con relación al cambio climático. Paradójicamente, este interés creciente también puede favorecer una mayor audiencia social y mediática para las campañas “negacionistas”, que juegan, además, con la ventaja de ofrecer una salida fácil y segura para descartar la amenaza: incidiendo en la incertidumbre científica, negando las evidencias o restando relevancia e importancia al cambio climático frente a otras amenazas que se califican de incompatibles. La reiteración del argumento que contrapone demagógicamente las necesidades de desarrollo de los más pobres al supuesto “dispendio económico” en las políticas de respuesta al cambio climático y en los recursos destinados a su investigación (argumento, por cierto, central en la obra citada de B. Lomborg), es una advertencia de que es preciso permanecer atentos a cómo el “negacionismo” puede ir calando en la sociedad y a las estrategias de comunicación que utilizan para conseguir sus objetivos.
REFERENCIAS
*Texto extraído de Meira Cartea, P.Á. (2009). Comunicar el Cambio Climático. Escenario social y líneas de acción (pp.97-99). Madrid: Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino – Organismo Autónomo de Parques Nacionales.